Hace unos días, el veterano y entrañable naturalista sir David Attenborough puso a guisar los ánimos del personal buenrollitista al declarar que los humanos somos una plaga. A nosotros, que nos creemos los reyes de ese mambo que es la Creación, se nos calientan las orejas cuando uno de los nuestros pone en tela de juicio nuestra capacidad para llevar tan pesada corona que el antropocentrismo –nuestro instinto de autoconservación, en suma– se ha empeñado en forjar; pero lo cierto es que ni este trono esférico que es la Tierra tiene una superficie y capacidad ilimitadas en cuanto a albergar y alimentar seres vivos, ni nosotros podemos independizarnos de las leyes naturales que rigen el Universo, por muy pseudorreyes que nos creamos. Espacio limitado, albergue limitado, producción limitada; y no podemos mirar a otro lado fingiendo que no lo sabemos.